Allí estaba yo, entre todos mis apellidos, escuchando el griterío ausente de cientos de voces que querían hacerse un hueco para contarme quiénes habían sido.
Mi padre afanado en desanudar los hilos de su historia ante mi hijo, señalando la colina por donde caminaba junto a su burro, cuando era un niño, en busca de agua. Su mano, extendida en el aire de su infancia, dibujaba los caminos que llevaban a su huerto, los tramos de río donde se bañaba con su hermano, las auras de todas sus aventuras.
Nos enseñó el castillo, orgullo de los lugarenses, custodiando majestuoso las puertas de aquel cielo. En las heridas de bala de sus piedras marchitas se posaban nidos de golondrinas viajeras, testigos quizá de la batalla, de la derrota, de la vida que nunca se dio por vencida.
El pueblo allá abajo, desparramándose como leche caliente por la ladera. Tejiendo un bordado de vecinos antiguos, estirpes cruzadas, charlas a media tarde y ronda de café para los amigos.
Sí, allí estaba yo, entre todos mis ancestros, con mi padre, con mi hijo, sintiendo el orgullo del devenir de los tiempos en mi propio cuerpo.
(Foto: Años 50. Castillo y calle de Jimena de la Frontera, Cádiz)
Jajaja. Graciaaaaassss, Gab(y).
Los he leído casi todos y me parecen magníficos, aunque visto tu amplio léxico no sé si he elegido la mejor palabra. Bueno, cualquier término hiperbólico está bien Son profundos y reflexivos, Enhorabuena.